jueves, 13 de enero de 2011

Una mañana en la Plaza con mi abuela

“Era una mañana soleada de primavera, ni menos de las 9 ni más de las 10. Por la puerta principal del Convento de San Francisco salía una abuela de pelo canoso y baja estatura con su pequeño nieto a su lado. Él sintiéndose parte de un mundo inmenso y por descubrir no quitaba ojo de todo aquello que veía mientras seguía recitando en su cabeza las oraciones que acababa de rezar a las imágenes de San Francisco, San Antonio y San Judas. Se nota que quiere mucho a su abuela, le aprieta fuertemente de la mano, dando mucha importancia a todo lo que esa prudente, pero inteligente anciana le cuenta.

-¿A dónde vamos ahora abuela?
- Tenemos que ir a comprar lechuga y tomate para hacer una ensalada, acedías para freir y unos camarones para hacer una tortilla. ¿Ahora sabes a dónde?
- Sí, a la Plaza.

Volvieron la esquina y se mezclaron entre un mar de gente que ataviada con bolsas y carros se dirigían hacia un enorme edificio de fachadas de piedras adornadas con cerámica vidriada.
- ¿Sabes por qué se llama esta plaza Esteve?- preguntó la señora al pequeño.
- No...- dijo el nieto casi con vergüenza por no conocer la respuesta.
- Pues se llama así porque el mercado lo contruyó José Esteve hace ya más de 100 años, es uno de los más antiguos de la provincia.
- Pues los franciscanos tienen mucha suerte porque se caen de la cama, abuela, y ya pueden venir a comprar.
Su abuela esbozó una gran sonrisa y respondió:
- Es que antes todo este terreno era de los frailes, chico, pero un tal Mendizábal se lo quitó para construir el Mercado Central de Abastos.

Pronto cruzaron las antiguas puertas de rejas de hierro del mercado y pudieron reconocer diferentes aromas: pescados fresco, frutas endulzadas, verduras de todo tipo y carne de animal 'viudo', como decía la abuela.
-¿Cuántos puesto hay abuela?
- Pues debe haber unos 100, sobretodo de frutas y hortalizas y de pescado. Mira por esa puerta se baja a las cámaras frigoríficas donde se pone la comida para que no se estropee de un día para otro.
- Tienen caras de cansados los dependientes.
- Claro Paco Antonio, ten en cuenta que antes de estar aquí tienen que ir a comprar los productos a Mercajerez, a recoger las verduras a las huertas o a Sanlúcar por el pescado. Y eso lo hacen muy muy temprano.

Aquel pequeño, que no espera llegar a casa con alguna araña o serpiente de plástico comprada en la juguetería, ya se ha hecho mayor y sigue recordando aquellas mañanas en la vieja plaza, sigue sintiendo muchas cosas cuando, años después, camina por ese mítico mercado y sigue queriendo muchísimo a su abuela Antonia.”

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